Asesinos y asesinados
[Esferas con rosca de media vuelta]
Una obra de benjamín Escalonilla
Tengo la sensación de llevar horas vacío y han pasado apenas unos segundos.
No habría imaginado una tarde peor, ni mucho menos que fuese la última...
Se escucha un pesado caminar, alejándose. El suelo retumba ligeramente. Su arma hace que el asesino pese dos kilos de más. Humea en su mano, el vapor le recorre el brazo. Se aleja impregnando sus pisadas de rojo. Quedo todo lo largo que soy, pegado al suelo, más pegado de lo que estuve nunca; no es lo mismo tumbarse, que caer muerto o a punto de morir, los adoquines se te clavan en el esternón.
Me siento vacío.
Aquí,
en medio de la plaza.
El asesino mira por última vez al asesinado,
sé que me está mirando.
Cree que aún hay vida en mis ojos, incluso pareciese que estoy pensando, pero no, el líquido se desparrama, partiendo de mi cabeza, ligera pendiente abajo, estoy muerto, o casi muerto. Aún mantengo las bolas en una mano, cerrada, endureciéndose. Me aferro a ellas aunque ya he perdido la voluntad.
Ahora ruedan, se alejan unos centímetros sin que pueda hacer nada por retenerlas... Si abriese los ojos, si pudiese levantar la cabeza, podría distinguir en ellas por última vez su grabado bajorelieve, el de una planta que no existe.
Se gira, me da la espalda, y se aleja sin más miramientos. La luz tamizada a través de los nublados, limpiándose como el agua en filtros de arena... El asesino no hace sombra.
En las bolas está guardada, dos semiesferas con rosca de media vuelta, hermética, la causa de mi muerte.
El asesino se sigue alejando, cambia los pasos por carrera y ahora corre por la plaza persiguiendo al cuarto de nosotros, que está absúrdamente huyendo torreón arriba, ahí no hay escapatoria.
Al menos podrá apreciar la magnífica vista que hay desde el ventanuco.
Ahora cae. Empujado. Suena el estruendo de su cuerpo en la plaza. Seremos cuatro los muertos, dos los asesinos.
Después de unos minutos, escasos, los curiosos asoman, un piadoso se acerca. Lleva gorro blanco.
Conozco esa voz. «Oye, ¿me escuchas?» No escucho. «¿Puedes oírme?» No puedo. «Tú vendes helados en la esquina, te reconozco, siempre me han gustado, ayer te compré uno de vainilla. Me encanta la vainilla con trozos de galleta.» Me hablas pero no te escucho, acaban de matarme... Me he quedado sin saber de quién es la canción que silba la enfermera en kill bill; llevaba todo el días con eso... Ayer la silbabas mientras me compraste el helado y se me quedó grabada. Hasta hace un momento no me la he podido quitar de la cabeza, ha sido con el traquido, la brutal resonancia del disparo... Su eco me ha dejado sordo y mudo y muerto.
Suave y templado torrente de sangre roja que sale de mi cabeza, ya menos, disminuye, me vacío...
En la casa, caída del sofá, aún con vida, ella y el otro muerto, el tercero. Como yo, tenéis ambos un tiro en la cabeza: profesionales de la misma escuela. El segundo asesino sigue ahí, de pie, con su cara de L invertida, no entendiendo. ¿Por qué tuvo que empezar todo esto? Mira las esferas bien sujetas en el muerto, se pregunta qué son, pero no puede responderse. A mí se me escaparon y están en el asfalto, pero a él no.
¡Un ligero crujido! Te ha escuchado, no puedes dejar tu pierna quieta, son espasmos, el asesino se da cuenta de que aún estás viva. Se te acerca, contempla lo hermosa que estás, incluso más hermosa que cuando estabas erguida, echa rodilla en el suelo, te incorpora suavemente, la sangre salta de tu hombro. Te besa. Incluso te dice algo al oído, una carantoña.
Mete la pistola en tu boca, y dispara.
Has aguantado más que ninguno. Sus bocas, la del asesino y la de la pistola, se llevan un poco de tu brillo de labios, es un pequeño recuerdo que yo nunca tuve. Ayer recordaba su olor, el de tu carmín. Soy más bajo que tú y mi nariz queda a la altura de tus labios. Estaba enamorado de ti, no te lo confesé nunca, no me atreví, qué más da ya si estamos muertos.
El segundo asesino suelta la pistola en la fundición habitual, y se aleja hacia el lugar de cobro (el edificio W). Atardece. Será la primera vez que pregunte por qué. ¿Por qué esas bolas han sido la causa de tanta muerte? ¿Por qué, si son tan importantes, le han pedido que no las recoja, que las deje con los muertos? No le contestarán, de eso está seguro, pero lo preguntará.
Una hora después:
Arde el edificio W.
¿Por qué los mataron? ¿Qué son las esferas? ¿Por qué asesinar a quien las lleva pero no arrebatárselas?
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Cuéntame tu final