Digitalizable
un relato de benjamín Escalonilla, incluido en el libro "Tras la red"
Es bermellón, cárdeno, rojizo intenso. Es la aparición de un signo de admiración tamaño edificio. No pienso cejar hasta conseguirlo. El clip de unos necios, los deseos de voyeurismo, las miradas de soslayo, el beso escrito de un correo y el que mancha la pantalla de skype, la palabra prepucio, el retweet de un amigo. ¿Cuándo sonrío feliz? La idea, esta idea, mi ilusión, mi psicopatología, requiere de un meticuloso confeccionador de software con largos dedos pianistas, que teclee con la inspiración de un improvisador. Un apneista de la programación orgánica, técnico de meditación, que aguante los estornudos del ansia y los arrebatos de pánico. Necesito que ese alguien genere un programa aprendiz que, a través de los muchos ojos de mis ordenadores, teléfono y tableta, me estudie, me reconozca, sepa cómo gesticulo y registre cuándo lo hago, cuánto y porqué. Que analice qué gesto formo y qué sentimiento transmito cuando bebo, leo una entrada u otra, retoco una fotografía, trabajo en un proyecto… Que semánticamente almacene cuanto rebusco en la web y cómo reacciono a lo encontrado, que interprete qué videos me trascienden y las músicas que me obnubilan. En el cuarto de uno se produce el mejor ambiente posible. En soledad, los gestos son sinceros y poco exagerados, más bien ligeros fruncimientos, guiños, entornar un poco los ojos, estirar la comisura de los labios, marcar un hoyuelo, la ligera relajación del pómulo derecho… A partir de ese momento, todo será sencillo. Seguiré pautas y abandonaré hábitos, corregiré posturas y reflexionaré, analizaré, aprenderé de los resultados. Podré reorganizar con criterio mi reparto de actividades/hora. Modificaré el perfil de Facebook, de twitter, la imagen de mi escritorio, mi forma de ser y de estar. Voy a ser feliz.
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