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03.

contaminar, mata

6 días antes de la misiva

Bienvenidos un día más a Ñaca ñaca, el podcast que

Como todos sabréis ―es imposible no saberlo ya a estas alturas―, en Puerta de Alcalá ocurrió hace dos días un suceso peculiar, tremendo y pendular, sí, pendular, luego veremos porqué: hoy, de forma oficial, se ha confirmado que el cadáver encontrado a los pies del monumento correspondía a Enrique Murillo Larrazábal, responsable medioambiental en una multinacional de cuyo nombre no quiero acordarme. A mi entender, tanto el cargo del susodicho como el hecho de trabajar en una empresa de tales características son relevantes en la causa del crimen; digo esto después de pasarme la mañana con Manu retorciendo el mensaje de la corbata hasta sacar savia de él porque, sí, oh sí, también hoy se ha filtrado el texto del mensaje cosido en el forro de la única prenda que vestía el cadáver: una corbata verde con renacuajos ámbar. Es el siguiente:

“A las MM se la suda matar; su único objetivo es económico y su moral se ajusta a beneficios. Ellas matan, ellos mueren”.
Rica Natalia.

Un curioso, peculiar, tremendo y pendular mensaje que lanza un ñaca nada más empezar: “A las MM se la suda matar”. Lo primero y más importante era saber qué siglaban las desconcertantes emes ―corren por ahí especulaciones de todo tipo―. Yo afirmo que MM son las siglas de Malditas Multinacionales, no tenemos duda sobre esto, ¿verdad, Manu? ¿Tú sí? Yo no, porque las siglas MM ya las empleé durante mi etapa en el colectivo Tch! ―para referirnos a empresas, fondos y corporaciones globales― y porque la firma del mensaje reconfirma esta hipótesis. Vamos a verlo. Descifrar la firma ha sido un golpe de suerte ―¿la vida es cuestión de suerte, Manu?; los dos hemos desesperado con la condenada firma esta mañana ―¿qué esconde ese Rica Natalia?, ¿el asesino es mujer? ¿Rica está relacionado con riqueza?― hasta el punto de darnos por vencidos y empezar a preparar un podcast alternativo al que estáis escuchando sobre cómo nos condiciona la neo-publicidad, cuando oh OH! musas caprichosas, alrededor del mediodía ―ventana abierta, el repetitivo ronroneo del tráfico, nuestro reconfortante paso de cebra ahí abajo dándonos orden y perspectiva, gracias cebras, gracias paso de―; como digo alrededor del mediodía algo parecido a una inspiración de musa-con-aureola-luminosa nos ha hecho relacionar la moral de las multinacionales con una película ―Aguas oscuras― y ésta con un artículo del New York Times. Eureka. Ahí está. La firma Rica Natalia se nos muestra en todo su esplendor como guiño a Nathaniel Rich, el periodista que escribió aquel artículo contra la multinacional Dupont; una empresa tristemente célebre por su lucha para ocultar una terrible y perniciosa contaminación y que gracias a la persistencia de un abogado le acabó costando más de seiscientos millones de dólares. Os dejo el enlace al artículo en la transcripción del podc/ ¡Ay!

Alex se ha mordido la punta de la lengua e inmediatamente ha soltado tal puñetazo en la mesa que se le han caído los auriculares y han saltado la taza con la infusión, el lápiz y unas hojas en sucio donde anota ideas. Introduce la punta de la lengua en la infusión y un ligero rastro encarnado le indica que se ha vuelto a hacer sangre.

Perdonad, es que me he mordido.

Una vez tenemos claras las claves más peliagudas del mensaje, coincido con Manu en que la segunda parte ―la de «su único objetivo es económico y su moral se ajusta a beneficios»― viene a decir: si no hay publicidad negativa, las multinacionales no sentirán necesidad de corregir una situación, por malvada que sea en la práctica, pues no afecta a resultados.

Pausa reflexiva:
¿Es esto es posible? ¿Acaso las multinacionales están dirigidas por bestias demoníacas? En absoluto hay bestias sueltas, pero sí es posible que no corrijan una mala praxis porque en su cadena de decisiones no hay un cerebro que tenga una idea global sino una serie de cerebros intermedios (accionistas, empleados, responsables de departamento...) centrados en cumplir objetivos, sin una visión global del todo ni de las consecuencias y cuestiones morales de dichos objetivos. Si os soy sincero, coincido con el asesino en este punto.

Me atrevo a añadir algo más: dicha práctica maldita solo puede revertirse consiguiendo alarmar a su clientela; alarmarla tanto como para que deje de comprar(les) y por lo tanto el resultado se vea afectado por esas cuestiones morales.

En este momento Alex guarda silencio y carraspea y ladea la cabeza y se toca el pelo castaño y canoso ―que no se ha cortado hace meses―, un pelo despeinado con gracia, mientras con la otra mano le da vueltas a su taza roja y vuelve a carraspear antes de dar un par de sorbos a su infusión energizante de Guayusa; siempre carraspea cuando bebe Guayusa por la mala conciencia que le produce ser dependiente de un producto importado desde la Amazonia ―consumismo de lejanía―. Habitualmente es un gesto rápido: carraspea, bebe y sigue hablando. Hoy no. La pausa es excesiva. Anormal. Ahora mira por la ventana, deja la taza a un lado, la aleja de él y por fin vuelve al micro.

La cuestión, Manu, es cómo alarmar. Cómo se alarma a los clientes potenciales en estos tiempos de furibunda velocidad en los que podemos indignarnos el tiempo justo que tarda en entrarnos un nuevo mensaje; parece tarea hercúlea alojar una idea en la memoria de un ciudadano con móvil. Las MM lo tienen más fácil que nunca, tendemos al olvido por saturación.

Alojar una idea en la memoria de un ciudadano con móvil parece tarea hercúlea

Antes de ayer alguien decidió intentar parar la maquinaria del olvido mediante una publicidad alarmante: asesinar apelando con vulgaridad a una justicia por movimiento pendular: “ellas matan, ellos mueren”, que decía el mensaje; multinacionales matan, ejecutivos mueren. Ahí está el péndulo, ¿no os lo decía? Un terrible quid pro quo.

Se me han acabado los minutos; si he sido disperso os pido disculpas. Mañana más. Besos multicolor.

Antes de ayer Laura pasó en bici por Puerta de Alcalá,

escuchó sirenas, helicópteros, vio gente con sus móviles levantados y la plaza cortada; olió un intenso aroma a chicle, un olor penetrante desprendido por la masa rosa que ya cubría el cadáver aún de cuerpo presente que no alcanzó a ver, siquiera imaginar; se subió a la acera y entró por la Puerta de la Independencia al Retiro ―¿qué independencia será esa?―. Lo cruzó en diagonal en dirección a su casa de la avenida Menéndez Pelayo. Hoy lo ha comentado con Alex cuando se han visto para compartir la custodia de Carlota, su hija común. Ninguno de los dos sabe a qué independencia se refiere la puerta, lo buscan en Wikipedia y tampoco lo sabe Wikipedia ―qué más da―, qué impresión haber pasado junto a todo el tinglado y no haberte enterado, menudo despiste llevarías, qué despiste ni qué, podía ser cualquier cosa del famoseo, pero un poco de curiosidad, mujer, con la que había montada, bastante tenía yo con la cuesta de la calle Alcalá y la hora que era, venía con un hambre de mil demonios y la lengua fuera, ¿pero no ibas en bici eléctrica?, sí, pero la que me tocó no tiraba, todavía tengo agujetas, no te digo más.

El trato entre ambos es cordial e incluso agradable siempre que no salte la chispa de la discusión por cualquiera de los múltiples lastres explosivos de su pasada vida en común; agrias discusiones erupcionan por el más intrascendente de los temas y entonces queda suspendida entre ellos una nube negra durante horas, a veces días. Hoy no ha sido así. Han hablado del crimen, de la barbarie, de multinacionales, y lo han hablado con tranquila informalidad. Por fin, Carlota ha salido y se han despedido.

Aunque Carlota vive con su madre, almuerza a menudo con el padre como es el caso de hoy; su hija adolescente ha apurado el móvil hasta que la puerta del ascensor se ha cerrado y ha perdido la cobertura; la ha recuperado al llegar al portal.

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Fotografías, de Javier García Bargueño

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