18 capítulos,
de benjamín Escalonilla con fotografías de Javier García Bargueño.
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me la soltó hace un par de días y creí no darle importancia, casi ignorarla, pero lo cierto es que desde entonces me ronda y ronronea y le he ido encontrado ángulos hasta acabar engatusándome lo suficiente como para iniciar con ella el espacio de hoy. Soy Alex, el don nadie responsable de este podcast: Ñaca ñaca, y hoy —como casi siempre— vengo con ganas de hincarle el diente a todo lo que se ponga a tiro de mandíbula. Tengo al nombrado Manu a mi lado, ayudando en las cuestiones técnicas y ahora mirándome raro porque no sabe si le vacilo o si comparto su barrabasada multinacional —Manu, querido, las cosas son mayormente grises, así que ni lo uno ni lo otro—.
A vosotros, los imprescindibles, daros la bienvenida y pediros paciencia y amplitud de miras porque las razones de la frase de hoy, por locas y ridículas que parezcan —a mí me lo parecieron—, tienen su trasfondo; de hecho, lo admito y te lo adelanto, Manu, cuantas más vueltas les doy, menos locas y ridículas las encuentro. Que cada uno se haga su propia componenda. Vamos revamos a ello.
Alex se roza la barba de un par y mira por el ventanal. Observa sin interés a aquella mujer dentro de su coche parado frente al paso de cebra, observa el transcurrir de los peatones y el vuelo suspendido de un helicóptero a lo lejos y enseguida encara el micro, tuerce el torso al acomodarse los testículos con la zurda, tan serio, tan en sombra, su rostro brillante por el reflejo del monitor de 13 pulgadas; por fin termina su pausa dramática repitiendo el:
Vamos revamos a ello.
«Las multinacionales condicionan sus orgasmos»; ¿es posible?, ¿los nuestros también? Manu argumenta que las multinacionales le condicionan en lo más íntimo porque son ellas las que —como celestinas interesadas—, deciden qué y cómo se estimula sexualmente. ¿Crazy, o Brazy, que diría Yung Beef? Busquémosle ángulos a esta argumentación —cómo disfruto la angulosidad—.
El jodido Manu, tan retorcido y mal pensado, tan ladrador y tan mordedor (ñaca) está convencido de que las multinacionales dirigen sus/nuestros orgasmos porque condicionan su apetencia y gusto sexual. ¿Cómo lo hacen? A través de las escenas de series y películas comerciales, con la unicidad de mensajes pornográficos, con esas actuaciones, obsesiones y fantasías eróticas de las multinacionales del porno. Está —¿estamos?— condicionados por todo un tinglado que busca estandarizar(nos) para vender(nos) productos homogéneos altamente efectivos. ¿Para qué lo hacen? Supongo que prefieren reducir la diversidad imaginativa de su público objetivo —¿no Manu?—; si a los miembros de un grupo nos gusta o logran que nos guste la misma mierda, solo tienen que gastar una bala para vendernos a todos esa misma línea de producto. A menor variedad, menos balas, menos costes, mejor economía de escala, mayor control.
Manu afirma que solo tenemos que fijarnos en nuestra iconografía sexual para corroborar que las multinacionales han tenido éxito en su objetivo: cuerpos, musculación, vello, posturas, roles, retórica, narrativa del acto sexual; a todos nos gusta lo mismo porque todo nos viene dado, aprendido. ¿De qué sino esas caras con los morros a lo torero, esa mirada seria, esa vehemencia, esos ímpetus, esos rituales en torno a follar, tan estandarizados y de tan escasa variedad? No se ve ni se lee follar riendo o comiendo, no se toquetea la papada, por ejemplo, cuesta horrores imaginar otro sexo diferente al de los perfiles que todos conocemos.
¿Qué opináis? ¿Lo han vuelto a hacer? ¿Las multinacionales nos han condicionado también en esto? Y si lo han logrado, cuánto ha sido, ¿mucho?; yo desde luego, voy a repensarme la próxima vez que juegue al juego sexual. Aquí lo dejo, deseando que la frase de Manu polinice en vosotros como lo ha hecho en mí; mañana volvemos. Besos multicol-ol.
Cruzan el paso de cebra doce personas.
Curiosamente todas ellas visten jerséis de una gama cromática análoga comprados en Zara pero no parecen haberse percatado de ello, no se han mirado con la incomodidad de quien lleva una prenda similar a la tuya; quizá no les importe. Una bici cruza con el semáforo en rojo y dos de ellos miran con moderada reprobación. A través de las ventanillas bajadas de uno de los coches se escuchan noticias, Alex observa el coche durante un instante desde su estudio y luego vuelve a su micrófono «Vamos revamos a ello»; desde su mesa ve el paso de cebra y desde el paso de cebra se le ve a él a través del ventanal. La conductora del coche con las ventanillas bajadas pone de repente cara de espanto.
El viandante número siete, jersey ocre, cuello alto y bolsillo bermellón, se detiene y también se espanta por lo que sea que esté viendo en su móvil, el semáforo se pone en verde para coches, motos, patinetes y autobuses, que le pitan, le esquivan. Número siete y la conductora del coche están quietos y consternados por la señal en directo desde Puerta de Alcalá de Madrid, a menos de un kilómetro de allí, en la que se notifica del hallazgo de un cadáver de más de cien kilos —desnudo pero con corbata—, bajo el arco central de la Puerta y sobre el que llueve una pasta sintética rosa, lanzada por los aires desde un cañón que empieza a sepultar el cuerpo. La imagen es macabra, el muerto parece la guinda de un pastel que colapsa sobre sí mismo.
a) Mi sexo es supercalifragilísticamente como a mí me sale de los—
b) Todo es posible, deja que lo piense
Ñaca ñaca:
onomatopeya que representa el sonido, no de uno, sino de dos mordiscos.
En este podcast, mordemos.
Estás en la página con la transcripción del podcast de hoy. Gracias por estar aquí.
Dibujo enviado por un oyente —meocultoentrelassombras@gmail.com—, que me ha parecido genial, así que lo comparto con vosotros.
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Ñaca ñaca · Novela breve de literatura hipermedia · 2021 ·