capítulo 04 | 05 | capítulo 06
¿Qué siente un Pokémon dentro de una pokeball? ¿Qué sentiría un entrenador si se le metiese dentro de su propia bola? ¿Tenemos atrofiada la empatía o somos capaces de imaginarnos ahí dentro?
¿Por qué nos atraen tanto las bolas? Las pateamos, damos raquetazos, lanzamos a aros; no son pocos los que hacen vida de esto y muchos más los que les ven hacerlo. ¿Porqué vivimos entre bolas? ¿Qué simbolizan, por qué tanto atractivo? ¿Será algo testicular?
Volviendo a la empatía, ¿preferirías vivir entre asesinos o entre granjeros? Granajeros, claro, pero, ¿y si fueses una vaca?
Porque si eres una vaca eres un animal muerto o a punto de, que te van a comer como ya se comieron a tu madre y —siguiendo la misma línea recta— se comerán a tus hijos (una vez cebados).
¿Existe la línea recta o al final todo es una curva que se cierra en sus extremos? Me da la impresión de que todo se tuerce, de que uno acaba volviendo al mismo lugar —siempre— rodeado de los mismos miedos, de los mismos objetos. De que todas las líneas son curvas.
Pero eres humano, no vaca. Si de forma orwelliana se revelasen los animales de la granja contra sus consumidores, ¿entonces a patas de qué animal querrías morir?
Y... si también se revelasen los objetos inanimados, las almohadas, el lavamanos, los lápices y nos atacasen y luchasen entre sí tratando de dominar el mundo… Entonces, a mí me gustaría que mi verdugo fuese una silla. ¿Y a ti, qué verdugo elegirías? Yo espero que ganen las sillas por justicia poética. Porque en este mundo de malditas multinacionales nos pasamos las horas con el culo pegado a ellas y lo hacemos para seguir produciendo para seguir gastando; qué absurdo se nos presentará este cometido mientras estemos siendo devorados por nuestros propios asientos y empecemos a verlo todo amarillento-verdoso por la ingente pérdida de sangre.
La raíz cúbica del color amarillo-verdoso es un camino sinuoso, febril, que vela la vista e incluso llora la conciencia pero acerca al conocimiento.
Hoy he desayunado animales muertos (croissant mixto) y he comido animales muertos (pavo a la plancha y arroz) mientras abandonaba una serie de Netflix por estirar la trama como un chicle delante-atrás; siento el peso de la mala conciencia.
Después de comer, justo antes de empezar este podcast, me ha dado por repetir locu; repetirlo en voz alta, repetirlo en un obsceno griterío histérico de alaridos sincopados, loCu, loCu, loCu. He cerrado la persiana para que no me viesen berrear locu desde el paso de cebra. También he gritado dope.
Me gusta el ruido de una persiana al abrirse y el golpe que da cuando la cierras, como también me gusta el ñiqueñeo del limpiaparabrisas golpeando las gotas con ritmo constante, lanzándolas a los lados.
Dos gotas de lluvia no se distinguen de dos lagrimas salvo que uses tu lengua y las lamas.
Y me siento mejor. Como si al menos por hoy hubiese encontrado la forma de abrir desde dentro la bola Pokémon. Mañana vuelvo con la cordura y las multinacionales, ¿eh Manu? Ah, que hoy Manu no ha venido. Besos multicolor.
Terminado el podcast,
Alex camina —pasos a saltitos como de pájaro; carraspeos cada poco— hasta llegar a Puerta de Alcalá, donde ya dejan pasar y no queda ni rastro del rosa ni de los altavoces ni del lanzador de pasta; como si nada hubiese ocurrido; pero ocurrió, ahí lo constatan curiosos; Alex se encuentra bajo los arcos con cinco personas que se miran entre sí con esa desagradable sensación de estar desvelando su morbo y por ello maldisimulan con caras serias pretendiendo hacer parecer casual lo que no es causalidad, estar ahí al acecho de vibraciones, tratando de sentir emociones gracias a la desgracia ajena.
En ese preciso momento Alex se tumba en el mismo preciso lugar donde se encontró el cuerpo desnudo y adopta la misma precisa postura y se coloca una mano al cuello como si fuese aquella corbata con renacuajos y un mensaje cosido y entonces los cinco se van con paso apretado, sobrepasados, mostrando su disconformidad hacia tal acción exagerada, morbosa en grado ultra, y al pasar a su lado parecen decirle sin decírselo, te has pasado, tío, esto es de mal gusto. Todos varones. Ya se han ido. Y ahí tumbado, la espalda fría en suelo de piedra, le vienen a Alex dulces estrofas de la canción que sonó junto al cadáver cuando se abrió la caja y la espuma rosa empezó a lloverle encima:
No hace falta
Que me enseñes los dientes
Que ya no importa nada
Que esa mierda envenenaba
naa aah ah ah
Porque ya no te hago falta
mmm
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