capítulo 15 | 16 | capítulo 17
En el afán por reducir el consumo de animales muertos y ante mi escasa predisposición a dejar de comerlos, he optado por aumentar mi veganismo de una forma no binaria sino porcentual. Disminuyo así el consumo de cosas que tuvieron cara —que diría Phoebe Buffay— en un tanto por ciento, empezando por un día a la semana: el jueves el mejor día —no es depre como el lunes ni comprometido como un finde— y así queda instaurado: los jueves soy vegano.
Tengo una primera lista de recetas, probada en mis fracasados intentos binarios pero que están ricas —¿sí o no, Manu?— y son saludables, así que si alguien se apun/ —[TIMBRE] [TIMBRE] [TIMBRE]—, disculpad que me silencie pero están llamando como si no hubiese un mañana. Vuelvo en cuanto me deshaga del dedo pegado al botoncito.
No puedo atenderte y por favor no llames nunca así. Querido Alex, ¿o tú eres Manu? Soy Alex, pero estoy en medio de una grabaci/ Me ha dolido que no contestases mis mensaj/ Oye, ¿qué haces?, no puedes pasar. Quieres conocerme, ya lo verás; nos necesitamos. UN MOMENTO, sal de mi casa, ¿OYE?
¿No hay nadie más aquí?; pero entonces, esa butaca con gafas y corbata, ¿es Manu?, jaj/ TIENES QUE IRTE. Soy Rica Natalia. ¿CO-cómo?
El hombre que afirma ser Rica Natalia —el asesino de la corbata— es un armario bajo que da pasos cortos, lleva un abrigo gris con solapas y unas gruesas gafas de pasta de gran tamaño, bigote y perilla y una gorra grande y redonda, una boina; le cuelga del cuello una corbata rosa chicle con dibujos de helados que desentona todo lo que es posible desentonar. Se toca la perilla. Tiene unas desproporcionadas manos velludas.
¿Así que Manu no existe? No, es solo un recurso, ¿tú eres…? Sí, lo soy; me fascina la corbata de Manu —de rombos bicolor—, estoy aficionado a ellas como sabes, ¡eh!, chst, deja tu móvil y no lo toques, no te acerques al ordenador, tenemos que charlar un momento sin suspicacias, ¿comprendes?
Pero yo desprecio la violenc/ En efecto, somos incompatibles y por ello complementarios; aprovecha que te ha tocado la mejor parte. ¿Qué parte? La que deja dormir, la que no te tritura la conciencia ni deja arañazos y cicatrices de por vida, la de las palabras; pero es insuficiente y lo sabes; flipo con lo de Manu, de verdad, no se me había pasado por la cabeza que estuvieses tan solo, aunque en el fondo siempre lo dices; eres un solitario. ¿De verdad lo digo? Quizá eso explique tu grosera falta de contestación a mis mensajes. ¿Qué mensajes? Sufres del mal de cueva; eso vuelve arisco como un tejón, sé de lo que hablo, yo también estoy solo; soy un mazo solitario, tú eres la lírica, Alex.
¿Qué es lo que pretendes?, no pienso ser cómplice.
Tuviste un instante de esplendorosa lucidez cuando viraste el problema de las multinacionales a la superpoblación. Yo no voy a poder alimentar esa cruzada porque ya centré el tiro en la contaminación medioambiental, pero espero haberte servido de altavoz; algunos hemos de sacrificarnos para que otros ganéis efectividad, como es el caso del pobre Enrique y el mío, al menos para él esto ya ha terminado; quizá debí elegir una mujer; una mujer desnuda con corbata bajo los arcos de la Puerta de Alcalá habría devuelto un eco mayor; la violencia —a veces— es el único catalizador. ¿Cómo puedes decir eso?, se me ocurren mil ejempl/ Los cambios que afectan a los bolsillos-sin-fondo necesitan de la fuerza. Pero la violencia invalida la causa; además, ¿por qué me cuentas todo esto?, ¿no comprendes que estoy pasando por una crisis de fe y no sé si quiero seguir?, no sé si este podcast sirve de algo, no sé si me apetece continuar pataleando...; lo has notado claro, por eso estás aquí.
El asesino se toca el contorno de los ojos, se pellizca los párpados, pestañea con ambos como Danny DeVito y con un lápiz dibuja rayajos en las hojas en sucio de Alex.
A estas alturas de desconcierto todos tenemos crisis de fe, qué te crees, yo vivo atormentado; algo me está corroyendo por dentro y siento dudas que parecen certezas y tengo miedo y sufro escalofríos y me arrepiento; infligir dolor es grotesco, Alex, pero huyo hacia delante porque yo ya no puedo dar marcha atrás —aunque quisiera; querría, de hecho— por eso te pido que hagas que esto sirva de algo.
No puedo usar la mierda para limpiar.
Esa es solo una frase ingenua.
Repasa su dibujo a lápiz con un rotulador largo y negro que ha encontrado en el escritorio; lo hace lentamente, con cuidado.
Alex, tienes que reencontrarte con el que eras, debes recuperar tu empuje y mover tu mensaje en redes; tienes que volver a ser beligerante, desatar tu ímpetu. No sé si puedo, mi mensaje no gusta y me siento incapaz de hacerlo atractivo, mi repercusión es ridícula. Tú sigue con ello, vuélvete todo lo virulento que puedas volverte, aprovecha el altavoz que te he dado, presiona para fomentar el impuesto por hijo, hazlo, ayúdame; marcho ya.
¿Por qué pusiste aquella canción en Alcalá?
Por la palabra Falta —y con el rotulador escribe Falta y dibuja sombreros en la efe y en la te y piernas y brazos en las dos aes. Se quita la boina y se la guarda en el abrigo; sus finos cabellos blancos se electrizan dándole un aspecto alocado. Se levanta. Parece cansado. Camina lento. Verdaderamente lento—; ¿te das cuenta de que Asesino es una de las definiciones más flojas del diccionario? —dice como para sí—; asesinar es mucho más que matar, es una falta en el entorno, en las familias, una falta distorsionada, una falta social que te cambia para siempre; dejas de hacer falta. Si dejase de existir nadie me echaría en falta.
Alex mira los trazos, las curvas, la palabra Falta y con un miedo tremendamente mayor que el ha sentido hasta ahora le pregunta:
¿Dibujas medusas? ¿Medusas del océano?
Alex estuvo anoche dándole vueltas a la última misiva. Poca gente sabe lo suyo con las medusas.
Podría ser casualidad, claro, pero qué casualidad. Las tiene horror; aún siente el dolor grabado en las largas marcas de arañazos que conserva en su pierna izquierda; aún sueña ciertas noches con los filamentos que le inocularon veneno a través de sus cnidoblastos, mantiene vívido el raspado sin anestesia de las laceraciones tóxicas —hipnocina y thalassina— que le dolieron como todos los demonios abisales del océano.
Esta mañana se le ha ocurrido rastrear la IP de los mensajes de MeOculto. Eureka. Su sospecha era cierta: escribe desde un lugar cercano, podrían conocerse. Ha contado infinidad de veces su anécdota de cuando una enorme medusa transparente y rosada le abrazó la pierna a los siete años, pero solo a allegados.
Podría ser Laura.
Sin pensarlo un instante se ha mensajeado con su hija: Carlota, ¿sabes si mamá me está escribiendo? No, no lo creo, por? ¿Puedes enterarte? ¿Pero por? Quiero saber si me está enviando mensajes… para reconciliarnos. No jodas, venga ya, eres patético imaginando cosas así. Si te enteras de algo me avisas, ¿vale? Fijo; me vuelvo espía para ti después del aperitivo. Carlota, cariño, a ver si se te pasa esta edad de mierda.
Puede que me vaya mejor con Laura sin saber que es ella —piensa—, sin estar juntos físicamente; podría ser una nueva etapa de nuestra relación.
Alex se ha puesto los auriculares con una sonrisa en los labios —¿de verdad? ¿Laura? Podría ser. Le gustaría que fuese— y ha iniciado su podcast.
Al poco de iniciar el podcast el asesino de la corbata cruzaba el paso de cebra, se para, mira hacia el ventanal y observa a Alex ignorando el pitar de los coches que le recriminan que no se mueva; por fin cruza y junto al portal finge trastear en su móvil mientras espera a alguien, cualquiera —sin saber que en la última circular se aprobó mantener abierto el portal— y entra con ella, una vecina de Alex que simplemente empuja la puerta. Sube al primer piso por las escaleras y llama sin descanso, llama, llama, llama; la puerta tiene dibujada una garra de pelo justo encima de la palabra Ñaca. ¡Ñaca ñaca hace referencia a una pinza para pelo!; recuerda haber jugado de niño con la de su madre simulando la boca de una bestia alienígena, de Star wars en concreto. La puerta se abre. No puedo atenderte y por favor no llames nunca así. Querido Alex, ¿o tú eres Manu?...
Veinte minutos después de entrar, el asesino de la corbata sale del edificio, avanza hasta el paso de cebra y —de nuevo— se para en medio. El semáforo cambia a rojo para él. Se gira. Los pitidos. Puede ver a Alex escribir en el móvil. Y explota. El asesino de la corbata ha accionado una bomba adherida a su cuerpo y se ha hecho explotar en cientos de pedazos viscerales que se pegan al suelo de gruesas franjas blancas agrietadas y al asfalto negro, moteándolos de grumos rojos vivos y calientes. El estruendo seco no ha dejado ecos y dificulta respirar por una brutal consumición de oxígeno; hay un fuerte olor acre y una neblina ligeramente turbulenta y falta de. Hueco de.
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