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– Capítulo 1,5 / 21 –

capítulo oculto

En efecto, quizás, satisfacer el ego, aspirar a la inmortalidad no es algo tan maligno, ¿verdad? Quizá me he excedido y me he puesto un poco sombrerero hat-er…

Y lo de dedicarme a morder al ratón, bueno, quizá tampoco haya sido la manera más elegante de introducir el tema, estamos de acuerdo; pero es que verle tirar del cuello de la oca, a pesar de la época, de los valores de entonces, aquella terrible época entre guerras tan autárquica, cargada de ego y de una brutal falta de empatía.

Por otro lado, a todos nos gusta mascar chicle, ¿no? Te lo aseguro, mordisquear esas orejotas era como mascar chicle. Ya paro. Voy a lo del ego:


Quiero aclarar algo respecto al ego y la inmortalidad aunque resulte turronazo, que para eso estamos en un capítulo oculto, donde, como en las grietas oscuras, puede caer de todo:

«Dedícame un tweet y ya soy inmortal».

Y es que es así. En la digitalidad todos somos inmortales desde el momento en que las compañías «gratuitas» de redes sociales no borrarán jamás lo que escribamos en sus plataformas.

Escriba alguien sobre nosotros, y ya seremos inmortales.
¿Ego satisfecho?
Por supuesto que no. Esto no es la inmortalidad que buscamos, queremos ser inmortales y, además, ser pocos, uno de los escasos elegidos, para que nos recuerden muchos. Muchos más de los que conocimos y tratamos (¿bien?) en vida, que no es parca ambición; es como querer recibir felicitaciones de cumpleaños por el quíntuple de personas a las que felicitamos nosotros. Porca miseria.

Qué ovarios y qué testículos tiene el ego, según.

Mark Power, Dogpatch. Deliciosa fotografía, en la que veo ego e inmortalidad desparramados por todas partes: suelo, pizarra, rendijas entre las tablas.