Sobre fondo morado

– Capítulo 04 (bv) / 21 –
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Me senté en una silla humanoide y blandita. 

Silla es una forma de hablar,
porque aquello era un amasijo de personajes apretujados: Gumball con Clarence, ese niño feo de Cartoon Network, la princesa chicle, Patricio estrella y algunos otros individuos de vistosos colores y ruidillos agudos. Allí sentado les escuchaba, cada uno en su mundo imaginario argumentando imposibles, incitando a reflexiones que en algún caso, y si no fuese por las interrupciones y el hablar al unísono, habrían sido capaces de convencerme para dejarlo todo y buscar el arcoíris. 

Sentarme es una forma de hablar, 
porque en realidad aquel asiento me engullía como parte de la masa del tiempo, ahora pisado por el perro Jake, estiradísimo, ahora metiéndole el codo a Bob esponja, abrazando a Mordecai, oliendo el sobaco de Rigby…

Y entonces llegaron los mordiscos, el masticado de piernecitas; se lamían, olían, desmembraban dedos de pies y manos, mejillas desgarradas, lenguas azules, rojas, verdes, arrancadas, el espíritu de Mickey Mouse apestando el jardín, emanando de él, la descomposición de la goma y el brilli brilli oliendo a caucho, a carretera de verano, a plástico durante la quemazón de la inmortalidad extinta.

Sí, lo sé, algunos de estos bichejos animados no existían entonces; mis años preadolescentes eran más bien para Mazinger Z, Quena y el Sacramús, Spirou, Astérix, pero ahora rememoro con estos nuevos personajes que son los que comparto con mis hijos y me he sentido más sincero escribiéndolo así.