– Capítulo 15 / 21 –
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El aroma en esta penumbra de la habitación es cálido y profundo. Mis ojos, desperezándose, conforman tu presencia, Ene., tumbada a mi lado. Apoyo mi cabeza en tu pecho, recobrando la seguridad.
—¿Hoy también viajaste al jardín?
—Sí. He soñado con un ejército de bichejos, con mimoides, atalayas y corbatas, con caída de lápices y dos garzas blan/
Perdonad que me interrumpa pero no debo engañarme; esta conversación no existió. Tengo la sensación de haberla tenido, pero no. No dije una palabra, si acaso sostuve un diálogo en mi cabeza; pero nunca le hablé del jardín a Ene. Me apoyaba en su pecho y rememoraba en silencio los negros bichejos diminutos, las alas, una orgía del último sueño (entre la chica morena, una ejecutiva y un hombre o una mujer, qué más da); allí, en el fango al borde del lago.
Fui al baño con los olores del sexo aún en los labios, el sabor en la piel, el tacto de cada uno de ellos metido hasta la laringe.
Y aquella sensación me duró durante las tostadas (en aquella época con margarina y mermelada de moras), tragando el zumo de naranja de cartón, y masticando las nueces que echaba en mi yogur pastoso, griego.
Nos despedimos para trabajar —hasta la noche—, el proyecto de hijos en el horizonte. Ese mismo año, en noviembre, nacería el primero de dos.