Atónito y manchado

– Capítulo 19 / 21 –
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Antonio Machado

Pasaron años sin pensar en el jardín, el interés por la inmortalidad nunca se diluyó del todo pero quedó semienterrado en mi pasado, aprendí a domar mi ego, a menospreciarlo; olvidé a la chica morena. Completamente. Dejé de tirar lápices al suelo, y en fin, no pensé durante años en El Bosco. De aquella intensidad imaginada delante del tríptico, quizá me quedó el gusto y disfrute por delicias ajardinadas (películas de Jaime Rosales, textos de Machado, canciones de Antònia Font), pero poco más.

Os lo advertí. Mi vida es prosaica, anodina. Viví, me casé y tuve dos hijos con Ene.

Elegimos colegio, mantuvimos los trabajos, pagamos la hipoteca, soportamos la cotidianidad, compartimos gustos con los amigos, vimos crecer a los dos bichejos. En fin, años vulgares, técnicamente prósperos, no exentos de dificultad, sin tragedias ni sobresaltos. A pleno olvido del tríptico.

Hasta que un día de hace pocos días volví a necesitar estar delante de él. Su influjo, el aroma imperecedero. Habían pasado al menos quince años sin visitarlo. ¿Es posible?

Me los llevé a ellos. A mis dos bichejos, de 10 y 12 años.

La escultura del carlos V en la entrada del museo, con pose afeminada, armadura ceñida al cuerpo, retuvo la atención de mis hijos. ¡Se desmonta como un Lego! Se le puede dejar desnudo, cola y testítulos reales al aire…

De ahí fuimos directos al cuadro. Para bajar a su planta, recorrimos la galería superior a buen ritmo, Saturno devorando a sus hijos, un momento en las Meninas y en la misma sala, la desagradable y desproporcionada gordura de los caballos de Felipe IV y sobre todo el del príncipe Baltasar. (Les conté lo que a su vez me contó mi madre, que estaba pensado para ser visto desde abajo, que la perspectiva corrige la proporción, pero agachados hasta tocar el suelo con nuestras cabezas, mirando hacia arriba, no, no nos convenció).

En fin, llegamos a las tres tablas del Bosco. Un cuadro de cinco partes. Lo miramos. Ya habíamos leído el cómic de Max. Veníamos preparados. No había chicas de piel morena. Lo miramos, lo miramos, lo miramos y les pregunté:

¿Qué os ha gustado del tríptico?

A uno le gusta el oso y el madroño, que es limonero, no madroño.

Y la evolución de bolitas y agujeros a castillos con tubos y otras evoluciones.

Al otro, el señor que va sobre un tubo.

Y los 3 mundos.