– Capítulo 07 / 21 –
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Volví al tríptico rozando la mayoría de edad.
Fui con una chica rubia, mi pareja de entonces; el caso es que por esto o aquello, cualquier tontería, no lo recuerdo bien, regañamos delante del tríptico. La discusión afloró molestias calladas y recuperó recriminaciones pasadas, no pudimos pasar de la primera tabla (El jardín del Edén), que siempre ha sido la que menos me ha atraído de las tres, ¿sabéis cuál, verdad? Me disgusta ese Jesús que nos mira, ignorando la escena en la que retiene u ofrece a Eva aferrándola por la muñeca, mientras a sus pies nos encontramos un Adan anodino, guapo pero en postura simplona —¡esa forma de estirar las piernas!—, artificial, fea, sin hacer otra cosa que mirar, bobalicón, a Jesús.
Es cierto que en esa primera tabla están la fascinante charca inferior y el fascinante lago superior pre-darwiniano, también el también fascinante mimoide pre-solaris —la atalaya rosa central—, pero aquel día era incapaz de verlos, cegado por la mirada del Jesús directa a mis ojos, su cara borrosa, sus ojos punto-negro, su barba indigna (es lo único indefinido en un cuadro de líneas ultradefinidas)… Me atormentaba aquel Jesús imbricado en la discusión con mi pareja rubia (bla bla, ñe ñe); una discusión que irremisiblemente se emponzoñaba y nos resbalaba a zonas negras e indefinidas (el peor terreno para discutir); zonas indefinidas como su barba y su mirada negra puntiaguda y nos introducía en la gruta:
—Nunca me has querido.
—No digas eso.
—Has querido al reflejo que veías en mí.
—¿Eso qué quiere decir?
—Que te gusta sentirte querido. Te gusta la estampa de ir de la mano de una chica que te adora. Te gusta oírte hablar y tener delante ti una cara embelesada.
—¿Por qué dices algo tan retorcido? Deja las dichosas clases de sicología.
—Crees haberme querido, no digo que no, pero en el fondo lo que buscas es mantener saciado tu ego. Y eso no es amor.
—No es así.
—Sí, es así, por eso nunca escuchas; eres infantil hasta más no poder… ¿Por qué tendrás estos labios?
—.
Quise volar.