– Capítulo 08 / 21 –
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Cuando por fin logro —hombre paloma— elevarme por encima de ella y de las diminutas-bestias-inmundas salidas de la gruta, aprovechando las corrientes de aire caliente alimentadas por el vaho de las orgías; cuando por fin lo consigo, me enfrento al fracaso de ser incapaz de impulsarme, tan solo planear; trato de alcanzar una atalaya, cagar sobre ella manchurrones blancos, pero no llego; desde lo alto observo a las diminutas bestias negras —¿aquel de allí lleva mi gabardina?— que me siguen y persiguen, sin apartar la vista de mi corbata y mi camiseta de Mickey Mouse; al que le gritan obscenidades por tanta curvatura y tanto brillo y rechonchez, devorando su recuerdo, el de Mickey, al que se anticiparon unos cuantos siglos (1500 – 1928); y a mí eso me hace enfrentar el fracaso: soy consciente de que no podré sostenerme mucho más en el aire,
se me cae el lápiz.
Desciendo y desciendo irremisiblemente, las bestias brincan y alcanzan una pierna, luego la otra, saltan sobre mi espalda… La sangre los salpica; se vician y se bañan en ella, hachazos y mordiscos, sus lenguas festejan su ansiado triunfo —¿es un triunfo?— y entre risas devoran mis alas jubilosamente, uno de ellos huye a la carrera con mi corbata y el resto se para a observarle: corre y corre, su minúscula melena al aire ondeando junto a la corbata, astillándosele las pezuñas contra las rocas. Sosegados por el espectáculo, los trasgos y bichejos se van retirando a su refugio en pos de la humedad de su gruta-de-entrada-gacha, dejándome sin alas en mi fracaso.