– Capítulo 17 / 21 –
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Últimamente menosprecio esa ligera sensación de fracaso. Cuando dedico un rato a desenredar mis tentáculos la afronto cara a cara, un poco desde arriba, y la veo pequeña, disminuida.
Hoy he visto una mujer que me recuerda a la chica de la piel morena.
Sí, aquella chica de mi adolescencia que miraba directamente a los ojos y no desviaba la vista aunque enfrentases los suyos.
Según lo recuerdo, no buscaba intimidar o conocer, era como que quisiese quererte, o al menos mirarte, que no es poco. Me hizo sentir… mirable, me convirtió en algo interesante a mis propios ojos. Una sensación poderosa de la que quedé prendado. Me latió el corazón con su vista clavada como un rayo invisible; su vista, que a tiempos espaciados me atreví a confrontar y apartar al instante, como en un restallar de espadas láser.
¿Será ella? Han pasado veinte años. Podría ser. ¿Me sonrió frente al cuadro?
Al ver a esta mujer, que es ella o se le parece o me la recuerda, he tenido la sensación de volver a estar frente a las tres tablas. Y tan solo como ejercicio o juego, imaginando el tríptico justo a mis espaldas, esta vez no dejo que la escena se disuelva; me voy hacia ella, me armo de valor y le digo Hola, ¿me sonreíste hace veinte años en el Museo del Prado? Me mira, sostengo la mirada y me quemo los ojos.
Poco más.
Mucho más
que en mi adolescencia, donde, con tal de no tener que enfrentar su mirada, me convencí de que la sobrevaloraba, de que la chica de la piel morena era una obsesión simplona, una canción pop que impresiona, pero pronto acabaría cansándome y al tiempo no la soportaría más. Pero no, evidentemente no podré saberlo nunca.
Aún te recuerdo, chica de la piel morena.
Mi vida, anodina y tranquila, cobra fantástica perspectiva si la miro desde otro punto de vista, si la imbuyo de simbolismos, de segundas lecturas, más allá de los páramos, donde los bichejos, las garzas. Aunque no alcance a entender la simbología qué más da, tan solo inspirar su aroma es suficiente.