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serie coronavirus / perodia_11
Íngrima
Soy Eustaquio y no lo soy.
Mi mano como la del muerto, el muerto que soy ayer mi mano que son muchas manos, tras los muros de la pandemia.
Un puño entero, más fuerte que cada dedo,
menos fuerte de lo que cree el doble corazón.
Se aproxima al ayer el fotógrafo, lo que recuerda es lo que puede trasladar a la foto,
lo que no tiene nombre no nace nunca.
La mano que atrapa?, que atrapa el virus de la inmovilidad, en las fiebres la corona álgida de un ayer infinito cuando todos éramos ágiles,
corazón contra lo blanco que dice no.
Qué es esto que late entre los dedos?
Un olor, un sabor, un conjunto de ondas electromagnéticas de frecuencia precisa.
No es nada.
Una foto traslada la naranja pero es el corazón quien la interpreta, la mano quien la sostiene y la Valencia cuántica un capricho de lo obvio.
La ceguera es blanquísima cuando no hay nada palabra. Twin Peaks de las cosas amortizadas.
El fotógrafo está completamente solo.
Aférrate hijo mío a la tierra,
respira la semilla verde que en futuro se eleva como un látigo, que vive en el aire,
vive con rabia, que no hace otra cosa que su desasosegante gozo de la vida.
Hiere la verdad tan simple. Planta.
Porque el fotógrafo escapa —paloma blanca— al sol prisionero,
al Retiro de las cosas que rodean la quietud,
la inmovilidad del aire en que nace como un dragón la enfermedad.
Dame el sol y la libertad, toma la paz y la palabra blue.
El ansia.
El fotógrafo es ansia, dedos aferrados a lo que quedó atrás,
al risco hiriente del presente, el futuro dámelo. Necesitas el río del tiempo.
Soy Eustaquio y soy tú.
Como un Zaratustra doméstico en tu váter, y digo, salve!
Todos fuimos niños, el poder de una mano sobre la amplia capa en blanco
del deseo.
Quiere volver a ello.
Invulnerablemente frágil.
Rendición.
Qué otra cosa se puede hacer contra el tiempo,
las venas desmayadas,
el muslo con la intriga inútil del pene, de la pena extraordinariamente inofensiva.
Todo está hecho de madera:
el aire, el fuego, la piedra, el agua que algún día el objetivo verá.
Con el extraordinario hastío de la paz, el nerviosismo del caballo, la muerte entre las flores,
alegría en la querida serie olvidada. Qué buena era!
La muerte es simplemente la vida atrás.
Tan santa la sábana como un cerezo en flor. Las queridísimas torrijas del deseo.
Soy Eustaquio y no lo soy. Veo y no es nada, no soy digno de entrar en esa foto.
Pero una palabra tuya bastará para sanarme.